Ya en pleno siglo
XXI, existe un renovado interés por todo lo que tiene que ver con
las culturas indígenas del mundo, al menos en nuestra cultura
occidental, y mucho más entre la gente joven. Muchos, al conocerlas
y tener la oportunidad de compartir personalmente experiencias
propias de su forma de vida, anhelarían poder dejar los sitios donde
habitan, no tener que “trabajar” en lo que normalmente hacen en
nuestra cultura y regresar a alguno de estos lugares e instalarse a
vivir en estas comunidades, e incluso asumiendo sus prácticas
sociales, desde lo productivo hasta el cuidado dela salud, pasando
por aceptar incluso sus códigos sociales.
Si observamos
atentamente este fenómeno, surgen inmediatamente las preguntas: ¿por
qué sucede esto?, ¿cuál o cuáles son los factores que impulsan
este interés y conducta de tantas personas, muchas de ellas jóvenes?
La respuesta es tal
vez más simple de lo que imaginamos: por el avance permanente en el
que está la humanidad, como parte del movimiento evolutivo del
planeta y del universo en su totalidad; el aprecio por la naturaleza,
por lo natural, por asumir en la biodiversidad una actitud de vivir
en esta tierra, generando bienestar, haciendo uso de sus recursos
naturales, pero respetando la sustentabilidad. En síntesis,
avanzando en una actitud de cuidar de todos, cuidar del medio
ambiente.
Un número cada vez
más significativo de personas avanzan en conciencia y encuentran
elementos de la vida aborigen atractivos en estos términos, e
incluso en sus prácticas y rituales de sanación hallan posibles
“alternativas” a los sistemas de salud usuales en sus regiones.
A pesar de lo
atractivo que puede parecer regresar a un modo de vida más
primitivo, creemos que una decisión en este sentido sería eso:
“regresar” en la posibilidad que tenemos en la raza humana con
una tendencia definida al mestizaje, de progresar, aprender y
aprehender lo mejor que todos estos sistemas puedan aportar a la
humanidad. Incluso, en un movimiento de retorno, compartir muchos
delos elementos valiosos que la sociedad moderna ha logrado en
variados campos y que estas culturas podrían integrar a su forma de
vida, siempre acercándonos de una manera respetuosa.
Aquí hallamos un
elemento eminentemente práctico, desde el punto de vista cultural,
debido a que sabemos existe un propósito en las culturas indígenas
de América, y en algunos pueblos de Asia, que entre otras cosas
tienen ya un avanzado nivel de comunicación e integración. Este
propósito está determinado por los “sabedores” y personas
ancianas de la comunidad, quien es muchas veces mantienen vivas las
tradiciones culturales para compartir lo mejor de sus elementos de
supervivencia, incluyendo muchas de sus prácticas sanadoras. Esto
sucede no solamente entre estas culturas, sino con el mundo
contemporáneo, al que se refieren muchas veces como “el mundo
blanco”.
Existen elementos
comunes en las cosmovisiones de las diferentes culturas, los cuales
nos permitirán comprender en profundidad todo el valor de un
acercamiento en este sentido, e incluso todas las relaciones de
aprendizaje que pueden inferirse, cuando estos elementos se evalúan,
desde las prácticas culturales hasta los elementos de su cosmovisión
médica o sanadora. Cuando poseemos una visión lo suficientemente
amplia, descubrimos que forman parte de un contexto mayor, que se
puede resumir como “vida saludable”.
Entre estos
elementos comunes vamos a describir de una manera práctica los que
podrían ser más significativos, y además darnos pautas claras que
nos ayuden a aunar elementos útiles a la vida diaria, y a
implementar acciones en cualquier lugar donde vivamos. La cosmovisión
indígena podría entenderse como el conjunto de creencias, valores y
costumbres de los pueblos indígenas y su relación con el entorno.
En la cosmovisión médica y de salud indígena también existen
“agentes” de salud propios de la cultura con funciones muy
definidas entre sus miembros. Estas personas tienen en muchas
ocasiones funciones mucho más amplias que lo propiamente médico,
laborando en muchas áreas del tejido social, incluyendo lo político,
lo alimenticio, el orden, las relaciones con lo espiritual y
sobrenatural, el medio ambiente, etc.
En general, no
existe una separación entre naturaleza y cultura, orden natural y
orden social, individuo y sociedad. Numerosas enfermedades del cuerpo
serían el resultado de desequilibrios en lo sobrenatural y de un
deterioro en la relación entre el individuo y la naturaleza. Los
pueblos indígenas no solo piensan el mundo, lo sienten; y lo hacen
como si fuera un organismo, con componentes relacionados que se
necesitan unos a otros.
Nadie está aislado,
ni en el espacio, ni en el tiempo; por ejemplo, los ancestros forman
parte permanentemente de la realidad vital.
A partir de una
historia olvidada, que no por eso deja de ser cierta, hoy sabemos que
el poblamiento de América pudo darse desde hace por lo menos 40.000
años. Empezó en la Patagonia y el nordeste brasilero, en una
posible ruta sur-norte, tan antiguo como la presencia del sapiens en
Europa y Australia, y conectado con territorios de origen fuera del
continente que apenas estamos dilucidando.
En ello coinciden
datos paleontológicos y arqueológicos, los mitos del origen de los
pueblos indígenas y muchas delas investigaciones actuales. Según
algunos de estos mitos, las madres y padres creadores, antes de la
desaparición de sus tierras ancestrales, se dispersaron por lugares
seleccionados del mundo creando o entrando en diálogo con estos
pueblos originarios, instaurando una “Ley de Origen” semejante,
que permitió la recreación de un mundo que hoy llamaríamos
sostenible y sustentable.
Podemos dar ahora
unos ejemplos sencillos y prácticos de como todos estos elementos
confluyen y permiten elaborar una propuesta de salud efectiva,
profunda, tendiendo a la autogestión. Los pacientes son acompañados
a comprender sus procesos de aprendizaje que pueden compartir en sus
núcleos familiares y sociales.
Un ejemplo es el uso
de plantas conocidas desde generaciones anteriores, muchas veces no
sólo en su concepción bioquímica, sino por su poder energético
vital. Buena parte de ellas se estudian y utilizan con excelentes
resultados en la ciencia oficial. Como ejemplos concretos citaremos
la hoja del eucalipto que se usa en síndromes gripales, como
infusión y también en inhalaciones para congestiones sinusales; el
“pelo” del maíz tierno, como diurético en los casos que se
deben eliminar líquidos; los pétalos de rosa, en infusiones para
relajación e incluso para regulaciones orgánicas.
A semejanza de
algunos pueblos indígenas, donde el médico tradicional es quien
cuida la relación sana del paciente con su núcleo social, como
entre los paeces de Colombia (nasa peisa, “el que cuida la gente”),
o los callawaya de Bolivia, que cuidan la relación del paciente
dentro de su tejido social, en la propuesta de una medicina
integrativa sabemos que la adecuada relación entre médico y
paciente, en la que éste siente y sabe que es atendido y cuidado,
posee un poder terapéutico enorme.
La utilización de
las manos como instrumentos de terapia y los ejercicios de polaridad
y regulación de funciones energéticas, permiten prácticas
sencillas y efectivas que ahorran recursos y permiten al paciente
colaborar en su propio bienestar y en el de sus núcleos familiares.
Muchísimo más se
podría escribir y contar acerca de la realidad de la sabiduría de
los antiguos pueblos, aún vigente, y también del enorme valor de
los logros de la civilización contemporánea; la idea es caminaren
una actitud integradora que nos permita crecer a todos.
JORGE ANÍBAL
MONTOYA SIERRA MD
Médico cirujano,
Universidad Pontificia Bolivariana Medellín, Colombia
Medicina
Sintergética
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